Un historiador argentino repasa los orígenes de Aldea Beleiro, pueblo de la frontera patagónica al que dio nombre un emigrante del Casco Vello a principios del siglo pasado
Descendientes de Rafael visitaron en octubre pasado la casa donde nació, en la calle San Sebastián. // C.G.
Una trayectoria vital encomiable pero desconocida. Rafael Beleiro, nacido en la calle San Sebastián del Casco Vello, emigró a Argentina a principios de siglo. No fue uno más. Ganadero, fotógrafo, comerciante y, sobre todo, emprendedor y solidario, acabó poniendo nombre a Aldea Beleiro, remoto pueblo de la frontera patagónica. Dio vida a la región con su empresa de mercancías, puso en marcha una escuela y trabajó por la escolarización de los indígenas. Un historiador argentino recupera su trayectoria en el libro "Aldea Beleiro. Historia de un pequeño pueblo de frontera".
A. MÉNDEZ Casi un siglo después, la historia hace justicia a Rafael Beleiro, un emigrante vigués que en 1909 cruzó el Atlántico en busca de fortuna y se convirtió en impulsor y "padre" de un pueblo de la Patagonia que hoy lleva su nombre, Aldea Beleiro. Los nietos y bisnietos que mantienen vivo su legado en esta pequeña localidad de la cordillera del Chubut, dentro del paso internacional Coyhaique, entre Argentina y Chile, retomaron el contacto con la familia que se quedó en España hace un par de años gracias a internet.
Su interés por recuperar el tiempo perdido coincidió con el trabajo del historiador argentino Ernesto Maggiori, que en 2007 editó un libro sobre la sorprendente trayectoria de la localidad: "Aldea Beleiro. Historia de un pequeño pueblo de frontera".
El volumen reserva varios capítulos al crucial papel desempeñado por Beleiro y sus hijos en la región, donde desembarcó en 1910 en busca de empleo después de fracasar sus intentos por entrar en la Administración del Ferrocarril.
Llegó casi por casualidad en su viaje hacia el interior del país, pero lo hizo para quedarse, cuando la aldea aún no tenía nombre y era conocida como parte de Alto Río Mayo, la población argentina más cercana. Sus primeros años no fueron fáciles. Buscó trabajó en una ganadería, compró ovejas e inició su primera aventura empresarial y finalmente se asoció con Vicente Pérez en el negocio "La Hispana. Mercaderías Generales", cuyo almacén se conserva prácticamente intacto y en su día sirvió de cobijo para quienes no tenían vivienda.
Fue precisamente a través de la sociedad "La Hispana" como su sobrina, Manoli Feal Beleiro, casada con un italiano, y la hija de ambos, Mónica Favaroni, entraron en contacto a través de foros de internet con sus parientes en la Patagonia, que este verano los han visitado en Roma. El matrimonio viajó en octubre a Vigo para asistir a la boda de un familiar y comprobaron con melancolía el destino de la antigua casa familiar, en el número doce de la calle San Sebastián, de la que sólo queda la fachada.
Con el libro de Ernesto Maggiori en la mano, relatan que ocho años después de llegar y con sus negocios ya encauzados, Rafael se casó con Matilde del Carmen Vidal, con la que tuvo nueve hijos. Hoy sólo vive una de las mujeres, pero siguen en la región varios nietos y bisnietos.
Servicio público
Gracias al trabajo de investigación del historiador argentino, en el que advierten algunas lagunas, los descendientes de Beleiro ven reivindicada la figura "de un gran hombre. Generoso y emprendedor" que en 1922 construyó una escuela con chapas y cuatro maderas, se esforzó por alfabetizar a los indios y dio cobijo a los comerciantes que se encontraban de paso por la localidad en invierno, cuando se alcanzan 25 grados bajo cero.
Su trayectoria está llena de curiosidades. Desde sus relaciones con Juan Domingo Perón, al que conoció a través de su padrastra, hasta su afición por la fotografía. Dueño de la primera cámara conocida en Aldea Beleiro, llegó a encargarse del peritaje de los delitos que se cometían en la zona y realizó un primitivo censo con imágenes en los años treinta. "Calculaba la edad a ojo", recoge Maggiori en un libro que relata el trabajo de los pioneros de Aldea Beleiro.
Antes de la llegada de Don Rafael, como todavía lo conocen sus vecinos, Belisario Jara puso los cimientos de lo que hoy es una comuna rural con menos de 250 habitantes y a tan solo cinco kilómetros del límite con Chile.
Enclave comercial y de paso para los ganaderos y criadores de ambos lados de la frontera, se erigió como objetivo de los cuatreristas, motivo por el que el emigrante vigués portaba siempre armas de fuego y organizaba rondas de vigilancia en la aldea, implicado como estaba en preservar su seguridad y mejorar sus dotaciones.
Puso en marcha la primera escuela para formar a los más pequeños y lideró la lucha por el traslado de una oficina de Correos que se consiguió en 1979 y fue clave para el desarrollo económico de la localidad. Rafael siguió trabajando por mejorar la calidad de vida de sus vecinos hasta el día de su muerte, un triste 8 de agosto de 1986 en que la frontera patagónica lloró al que llamaba hombre del toscano –tabaco negro–.
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