lunes, 31 de agosto de 2009

El complejo juego del yo, es también un juego peligroso

Nietzsche pone esa voluntad en el centro de su pensamiento."La verdad es aquella clase de error sin la que una determinada especie de seres vivos no podrían vivir. El valor para la vida es lo que decide en última instancia".
Hace tiempo que queríamos dedicarle unas líneas a esta cuestión del EGO presente siempre aunque sea un poco difícil de ver a simple vista.
El juego del yo, esta instalado en el inconciente. ¿Será una buena señal?
Por qué les cuesta tanto, a nuestros mandatarios, hablar de vosotros y nosotros.
Hay alguien que a cada intención responde con un “Yo”. A esta persona, del género, la hemos llamado yo-yo, por el yoísmo presente siempre en sus discursos.
Según Freud, el superyó es el encargado de reprimir los contenidos morales inaceptables. Siguiendo esta lógica, creo que el superyó, en algunas personas se despierta un poco tarde.
El superyó o superego tiene como función integrar al individuo en la sociedad. Es la instancia que va a observar y sancionar los instintos y experiencias del sujeto y que promoverá la represión de los contenidos psíquicos inaceptables. En gran medida su influencia en la vida del sujeto es inconsciente. En el superyó se suele distinguir el llamado "ideal del yo" de la "conciencia moral", el primero para señalar las situaciones, estados y objetos valorados positivamente por el sujeto y a las que tenderá su conducta.
Esta cuestión es, a veces, una cuestión narcisista; donde cualquier funcionario puede creer que esta haciendo bien las cosas, cuando en realidad sólo se esta enamorando de su propia manera de ser, que es otra cosa muy diferente.
Los narcisistas no se interesan ni por el futuro, ni por el pasado como si no lo tuvieran. Viven como si nacieran de un repollo, y fueron siempre, lo que son en el presente.
Hablan como hubieran descubierto la pólvora, pero son más bien oportunistas, o sea aprovechan las oportunidades. Les da lo mismo quedar bien, o no, con los demás; quedar bien con ellos mismos es el principal objetivo.
Es todo un asunto digno de atención, el hecho de ver las cosas más brillantes de lo que en realidad son.
En la mitología griega, Narciso es un adolescente de hermosura deslumbrante. Su belleza es tan superlativa como su indiferencia por los demás. No se conmueve por los dramas que produce el amor que despierta en hombres y mujeres. Un día llega hasta una fuente clara. Se acerca a tomar agua y entonces se encuentra con su propio reflejo. Por primera vez se enamora, se siente cautivado por el muchacho que lo mira desde el otro lado del agua. Pero cuando trata de tocarlo, la imagen se deshace. Sin poder poseer el objeto de su pasión, se queda contemplándolo, y allí se consume y muere. En ese mismo lugar crece una flor, el narciso. Narciso ni siquiera se enamora de sí mismo, sino sólo de su imagen. La sociedad contemporánea puede definirse con propiedad como narcisista: vive en el éxtasis de la imagen. El narcisista es el consumidor ideal. Sus antojos son ilimitados y satisfacerlos es una especie de permanente homenaje que le rinde a su propio ego. También es el ciudadano políticamente más funcional al sistema, puesto que busca la felicidad sólo en las gratificaciones al Yo. Jamás se va a asociar con otros para un proyecto colectivo. Vive en el aislamiento del individualismo más solitario. Sus relaciones con los demás son funcionales o superficiales. Nunca se enamora de otro o de otra. Vive enamorado de sí mismo y lo que busca en la pareja es alguien que adhiera a ese amor por él. Como lo indica Lasch, el narcisista “vive en un estado de deseo agotador y eternamente insatisfecho”. Habita sólo en el presente buscando la satisfacción de sus deseos compulsivos. No se interesa ni en el futuro ni en el pasado. Le cuesta “crearse un depósito interior de recuerdos amables”. Por extensión, la sociedad narcisista vive sin proyecto futuro. No se ocupa, por ejemplo, del apocalipsis ecológico, porque supuestamente eso afectará a las generaciones que vienen, a otros, que no le importan para nada. También devalúa el pasado. Vive en una actitud risueña y superficial, construye un mundo sin espesor, que produce un empobrecimiento psíquico y cultural. El drama es que habitamos un pueblo modelado por Narciso, vivimos en un presente sin arraigo ni proyecto, confundiendo la felicidad con la satisfacción de apetitos primarios y pasajeros, en la brillante superficie de un espejo que tiene un reverso oscuro de soledad y depresión.
Escrito por: El Troyano

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