domingo, 29 de noviembre de 2009

Historias hermanadas

La orquesta de los Maldonado, el más popular conjunto musical de los años 40

Traer de vuelta a la orquesta de los Maldonado es bastante atractivo para quienes ya peinan canas y dan vuelta las páginas de nuestros álbumes colectivos de enfrentamiento a la turba de imágenes que emocionan. Trasladarlos a estas páginas, como ahora, es como tener la oportunidad de volver a escucharlos y a verlos, rodeados de gente y aplausos que no cesan en las noches de juerga, circunscrito profundamente a la vida social de la ciudad, justo en la década más gloriosa de los cuarenta, cuando los ambientes del jolgorio bullían de actividad.
La orquesta de los Maldonado se conocía en todas las fiestas y entornos parranderos, en todas las celebraciones dieciocheras, en todos los cabarets, restaurantes, beneficios. Aunque antes no existían los eventos, ni los bingos ni los festivales. Pero siempre hubo grupos atendiendo dichas manifestaciones, asistiendo a cuanta kermesse, velada o fiesta que se formalizara a nivel de comunidad y junta comunal de beneficencia a fin de reunir fondos para tal o cual institución, reina de la primavera, rodeo o ramada dieciochera. También se incluían, por supuesto, las íntimas veladas del bautizo, el asado al palo en los campos de tal o cual familia, el cumpleaños, el onomástico, el bautizo o el velatorio. Los hermanos Maldonado siempre fueron mandados a buscar para acompañar con su música y su ritmo contagioso las más diversas ocasiones. Coyhaique tenía en ellos al símbolo de la alegría y la jarana vocinglera.
Quienes comenzaron a formalizar el grupo fueron los hermanos Daniel, René y Luis. Pero quien le dio la primera virtud al nacimiento de la orquesta fue su padre, don Pablo Maldonado, quien había llegado a la provincia tempranamente en 1932, proponiendo el nombre de Los Provincianos para la primera agrupación, antes de casarse. El hombre venía de Puerto Montt y se estableció en la provincia por toda la vida. Un día, en una de las cuantas ramadas a las que asistía cada vez que llegaba Septiembre, llegó a sus manos sin querer, una guitarra. Don Pablo tocó aquella vez toda la tarde y parte de la noche, proponiendo una buena idea a quienes disfrutaron de él y el improvisado canto de todos quienes le acompañaron. Como fue un éxito impensado entre los asistentes, al día siguiente, mientras desmantelaban el recinto, escribió una carta esperanzadora a unos amigos de Puerto Montt para cotizar guitarras y acordeones. Quince días después le llegaban los instrumentos, un acordeón Micaela y una guitarra bien chilena.
Sólo una década más tarde, cuando sus hijos eran niños mayores, y se habían motivado espontáneamente para la interpretación de dichos instrumentos, don Pablo le cambió el nombre a su improvisado conjunto Los Provincianos, comenzando a ser conocidos como La Orquesta de los Hermanos Maldonado. Los chicos adquirieron el gusto por la música de tanto escuchar a su padre, y entreverados en ese ambiente, percibieron prontamente su destino.
Entonces, cada vez que don Juan Obrador abría las puertas de su cabaret, ya estaban ahí don Pablo con el hijo mayor primero, disfrutando de los ensayos, ya sea en la acordeón, en la batería, las guitarras o las maracas, instrumentos que todos dominaban a la perfección, pudiendo indistintamente cambiarse según sea tal o cual jornada. El cabaret de don Juan proponía a sus contertulios varias jornadas teñidas del más puro entusiasmo, y también otros como el de doña Hilda González, que se vino a instalar de Puerto Aysén a Coyhaique en su sala de fiestas de la calle 21 de Mayo con Moraleda, cerca de la otra casa que cumplía el mismo propósito, la de Rosa Nauto también en calle Moraleda pero más cerca de General Parra, tan especialmente recordada por muchísimos contertulios de las antiguas noches de bohemia. Pronto las virtudes de esa orquesta -única en su género en la ciudad- comenzaban a ser conocidas también en la vecina Comodoro Rivadavia, o Río Mayo, adonde en alguna oportunidad fueron invitados. No es necesario ser brujo para saber que en esta parte de Chile entraban mucho más los ritmos argentinos, aunque hubiese una celebración patria, por lo que don Pablo en sus últimos años hizo lo posible por aprenderse las rancheras y los tangos de última moda, que se confundían con el bolero, el mambo, el chachachá y el foxtrot tan especialmente alegres de Centroamérica.
Es preciso entonces imaginarse el gran entusiasmo que provocaba esta portentosa orquesta de dos enormes acordeones piano, una ruidosa batería, guitarra y maracas en todos los escenarios donde se parara, incluido el club social Coyhaique de la calle 21 de Mayo esquina Ignacio Serrano, el club Deportivo Baquedano de la calle 12 de Octubre o el casino de la Ogana. También eran llamados a tocar a Cisnes, a Balmaceda, a Puerto Aysén, con jornadas muy bien remuneradas. Después los cantos de los hermanos se lanzaron a los aires, con energía en las penumbras de las horas lánguidas de las madrugadas.
Sin duda que nadie puede olvidarlos, por lo que significaron para un pueblo emergente, dejando gratos momentos de magia y emotividad.

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